LENGUAJES Y FE
No somos pocos los que pensamos que nuestros actuales lenguajes de expresión y comunicación de la fe -lenguajes homiléticos, catequéticos, teológicos, magisteriales... carecen en buena medida de fuerza significativa e implicativa.
La importancia de la crisis referida, que contribuye a generar una crisis de significación de la Iglesia y hasta de la misma fe cristiana, nos obliga a situarnos ante ella con realismo, tratando de descubrir sus causas y también encontrar algunas pautas o claves que nos permitan caminar hacia su superación.
1.- Nuestros lenguajes de comunicación de la fe padecen de la insignificancia que lleva consigo su intemporalidad, su falta de "honradez" con la realidad actual. Están, en efecto, poco conectados con las preocupaciones, preguntas, anhelos, gozos y sufrimientos de los seres humanos de este tiempo nuestro, especialmente de los más pobres y excluidos.
Si esta primera deficiencia de nuestros lenguajes es cierta necesitamos lenguajes más "pegados" a la vida y realidad cotidiana, capaces de incorporar con mayor vigor y rigor los problemas reales de nuestros contemporáneos, especialmente de las víctimas de la injusticia.
De tal exigencia surge ya una primera pauta o clave para superar la insignificancia de nuestros lenguajes: la clave del diálogo.
Hablamos de un diálogo multidireccional con los distintos subsistemas que configuran la realidad -el económico-social, el jurídico-político y el ideológico cultural- y también de un diálogo interdisciplinar, ya que la complejidad de la realidad, para ser convenientemente analizada, reclama la incorporación de saberes procedentes de los distintos campos del saber humano.
2.- Nuestros lenguajes de comunicación de la fe son demasiado rotundos y dogmáticos, en ocasiones excesivamente pretenciosos e incluso arrogantes y hasta excluyentes, vinculados a la convicción de "poseer" la totalidad de la verdad.
Dios sólo puede ser buscado a tientas y por ello nuestros lenguajes de expresión y comunicación de la fe deberían ser analógicos, con recurso al uso del símbolo, siempre referidos a un "plus" posible de significación, siempre insuficientes, conscientes que han de utilizar con más frecuencia la pregunta y la sugerencia con el fin de estimular la búsqueda y la apropiación hermenéutica.
Parece decisivo tener en cuenta que necesitamos incorporar información procedente de otros campos del saber, es decir, información autónoma, no deducible directamente de la revelación. Tener conciencia de ello, señala Metz, demanda "una manera de hablar enteramente nueva por parte de la Iglesia". Al descansar sus declaraciones en las referidas informaciones autónomas, no deberían presentarse "de una manera puramente doctrinal" y surgiría entonces la necesidad de utilizar lenguajes "contingentes e hipotéticos", que reclamarían "una palabra de instrucción que no es ni discrecional o no-obligatoria ni tampoco doctrinal y dogmatizante".
Estas consideraciones nos sitúan ante otra pauta o clave que de he informar nuestros lenguajes: la pauta o clave de la humildad.
3.- Nuestras lenguajes de expresión y comunicación de la fe son muy conceptuales, orientados con exceso al indoctrinamiento, sumamente teóricos y, por consiguiente, poco sapienciales e implicativos, escasamente fundamentados en la experiencia gozosa que proporciona la vivencia de la fe, poco capaces de fecundar la fidelidad creyente.
Necesitamos lenguajes existenciales y vivenciales, narrativos e implicativos, que sean capaces de transmitir y generar experiencias gozosas y personalizadas de la fe al situar a todos los que quieran oír ante la maravillosa oferta salvífica de Dios.
Podríamos entonces hablar de la pauta o clave sapiencial o testimonial, es decir, la clave que proporciona la vivencia de la fe, la experiencia gozosa de su bondad y belleza.
4.- Nuestros lenguajes son muy apologéticos -es decir, preocupados casi únicamente de "ganar adeptos para la propia cansa "~y, en consecuencia, de escasa universalidad y ajenos a algunas de las exigencias más decisivas de lo que se ha convenido en llamar "giro pragmático" del lenguaje.
Hemos de caminar hacia lenguajes capaces de asumir -para ser así más verdaderos- esa universalidad que los puede convertir en vehículos de humanidad al servicio de la causa de la justicia. Tienen que tener como referencia insoslayable, para no falsearse, el lenguaje evangélico del samaritano que nos permite hacernos prójimos, es decir, hermanos de todos los seres humanos y muy especialmente de los que están tirados en las cunetas de la historia, víctimas del sufrimiento que genera la injusticia. De esta manera podrían contribuir a potenciar un ecumenismo de alcance universal forjado en tomo ala humanidad sufriente.
Una nueva pauta o clave: la de la universalidad.
5.- Nuestros lenguajes de comunicación de la fe son difícilmente inteligibles por ser frecuentemente muy "eclesiásticos, estereotipados, anquilosados, trasnochados e incluso crípticos.
Creo que debemos reconocer que nuestros lenguajes son, con frecuencia y a pesar nuestro, sectoriales, cifrados, muy profesionales o técnicos y, en consecuencia, carentes de significación para la mayoría. Necesitamos lenguajes inteligibles, no rutinarios ni convencionales, al alcance de nuestros interlocutores, cercanos a su lenguaje cotidiano, elaborados pensando muy especialmente en la gente más sencilla. Necesitamos, en suma, incorporar una nueva pauta o clave: la de la sencillez.
Julio Lois