miércoles, 28 de noviembre de 2012

LENGUAJES Y FE
No somos pocos los que pensamos que nuestros actuales lenguajes de expresión y comunica­ción de la fe -lenguajes homiléti­cos, catequéticos, teológicos, ma­gisteriales... carecen en buena medida de fuerza significativa e im­plicativa.
La importancia de la crisis refe­rida, que contribuye a generar una crisis de significación de la Iglesia y hasta de la misma fe cristiana, nos obliga a situarnos ante ella con rea­lismo, tratando de descubrir sus causas y también encontrar algunas pautas o claves que nos permitan caminar hacia su superación.
1.- Nuestros lenguajes de comuni­cación de la fe padecen de la in­significancia que lleva consigo su intemporalidad, su falta de "hon­radez" con la realidad actual. Están, en efecto, poco conectados con las preocupaciones, pregun­tas, anhelos, gozos y sufrimientos de los seres humanos de este tiem­po nuestro, especialmente de los más pobres y excluidos.
Si esta primera deficiencia de nuestros lenguajes es cierta necesi­tamos lenguajes más "pegados" a la vida y realidad cotidiana, capaces de incorporar con mayor vigor y ri­gor los problemas reales de nues­tros contemporáneos, especialmen­te de las víctimas de la injusticia.
De tal exigencia surge ya una primera pauta o clave para superar la insignificancia de nuestros len­guajes: la clave del diálogo.
Hablamos de un diálogo multi­direccional con los distintos subsis­temas que configuran la realidad -el económico-social, el jurídico­-político y el ideológico cultural- y también de un diálogo interdiscipli­nar, ya que la complejidad de la rea­lidad, para ser convenientemente analizada, reclama la incorporación de saberes procedentes de los dis­tintos campos del saber humano.
2.- Nuestros lenguajes de comuni­cación de la fe son demasiado ro­tundos y dogmáticos, en ocasiones excesivamente pretenciosos e in­cluso arrogantes y hasta excluyen­tes, vinculados a la convicción de "poseer" la totalidad de la verdad.
Dios sólo puede ser buscado a tientas y por ello nuestros lenguajes de expresión y comuni­cación de la fe debe­rían ser analógicos, con recurso al uso del símbolo, siempre re­feridos a un "plus" posible de significa­ción, siempre insufi­cientes, conscientes que han de utilizar con más frecuencia la pregunta y la suge­rencia con el fin de estimular la búsqueda y la apropiación herme­néutica.
Parece decisivo tener en cuenta que necesitamos incorporar infor­mación procedente de otros campos del saber, es decir, información au­tónoma, no deducible directamente de la revelación. Tener conciencia de ello, señala Metz, demanda "una manera de hablar enteramente nue­va por parte de la Iglesia". Al des­cansar sus declaraciones en las re­feridas informaciones autónomas, no deberían presentarse "de una manera puramente doctrinal" y sur­giría entonces la necesidad de utili­zar lenguajes "contingentes e hi­potéticos", que reclamarían "una palabra de instrucción que no es ni discrecional o no-obligatoria ni tampoco doctrinal y dogmatizante".
Estas consideraciones nos si­túan ante otra pauta o clave que de he informar nuestros lenguajes: la pauta o clave de la humildad.
3.- Nuestras lenguajes de expre­sión y comunicación de la fe son muy conceptuales, orientados con exceso al indoctrinamiento, suma­mente teóricos y, por consiguiente, poco sapienciales e implicativos, escasamente fundamentados en la experiencia gozosa que proporcio­na la vivencia de la fe, poco capa­ces de fecundar la fidelidad cre­yente.
Necesitamos lenguajes existen­ciales y vivenciales, narrativos e im­plicativos, que sean capaces de trans­mitir y generar experiencias gozosas y personalizadas de la fe al situar a todos los que quieran oír ante la maravillosa oferta salvífica de Dios.
Podríamos entonces hablar de la pauta o clave sapiencial o testi­monial, es decir, la clave que pro­porciona la vivencia de la fe, la experiencia gozosa de su bondad y belleza.
4.- Nuestros lenguajes son muy apologéticos -es decir, preocupa­dos casi únicamente de "ganar adeptos para la propia cansa "~y, en consecuencia, de escasa uni­versalidad y ajenos a algunas de las exigencias más decisivas de lo que se ha convenido en lla­mar "giro pragmático" del len­guaje.
Hemos de caminar hacia len­guajes capaces de asumir -para ser así más verdaderos- esa universali­dad que los puede convertir en vehículos de humanidad al servicio de la causa de la justicia. Tienen que tener como referencia insoslayable, para no falsearse, el lenguaje evangélico del samaritano que nos permite hacernos prójimos, es decir, hermanos de todos los seres huma­nos y muy especialmente de los que están tirados en las cunetas de la historia, víctimas del sufrimiento que genera la injusticia. De esta manera podrían contribuir a poten­ciar un ecumenismo de alcance uni­versal forjado en tomo ala humani­dad sufriente.
Una nueva pauta o clave: la de la universalidad.
5.- Nuestros lenguajes de comuni­cación de la fe son difícilmente inteligibles por ser frecuentemente muy "eclesiásticos, estereotipa­dos, anquilosados, trasnochados e incluso crípticos.
Creo que debemos reconocer que nuestros lenguajes son, con fre­cuencia y a pesar nuestro, sectoria­les, cifrados, muy profesionales o técnicos y, en consecuencia, caren­tes de significación para la mayoría. Necesitamos lenguajes inteligibles, no rutinarios ni convencionales, al alcance de nuestros interlocutores, cercanos a su lenguaje cotidiano, elaborados pensando muy especial­mente en la gente más sencilla. Necesitamos, en suma, incorporar una nueva pauta o clave: la de la sencillez.
                                               Julio Lois

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