“Estaba ya
amaneciendo…”
§ La experiencia del resucitado pone en marcha a la Iglesia, que anuncia a
Cristo con valentía y fuerza. Libres y convencidos, los apóstoles dan
testimonio de lo que creen, viven y experimentan. No se dejan amedrentar por
presiones, y se muestran alegres y con gran entereza. Un ejemplo que me
interpela a ser coherente con mis ideas y mis creencias, sin dejarme
condicionar por lo que me venga de fuera. Discernir a la luz de la fe cuál es
el fundamento sobre el que se levantan mis convicciones, a quién escucho y
obedezco, desde qué criterios a actúo y qué es lo que me echa para atrás y me
frena (miedo a ser señalado, a sentirme “bicho raro”, a que no me tengan en
cuenta…)
§ La Resurrección de Jesús hay que
celebrarla en clave de alabanza y adoración, contemplando la fuerza de la
entrega, la donación de la vida, la ofrenda sin límites hecha con generosidad
plena… Alegría de quien se sabe en buenas manos y que hace que nada se pierda,
de quién experimenta lo que realmente vale la pena. Celebración centrada en la
fe, la oración, la caridad… Cristo como Señor del mundo y de la historia,
sentido profundo de la realidad, fundamento de la nueva creación.
§ El relato del evangelio de Juan
(21,1-19) no pretende ser una crónica periodística que nos narre lo que pasó,
sino una reflexión profunda que nos transmite un mensaje de salvación (de
sentido, de orientación). Muchos elementos simbólicos nos adentran en su
comprensión: la “noche” es la ausencia de Jesús; la “pesca”, la misión; los
números (7, 153), la universalidad; la “luz de la mañana”, la presencia del Señor; la red que no se rompe, la unidad
de la Iglesia; la comida, la Eucaristía como signo de donación…
§ Los discípulos han vuelto a
Galilea después de la dura prueba de la muerte de Jesús: buen lugar para
recordar y olvidar. ¿Todo ha sido un sueño? Mejor volver al trabajo de siempre
y nada más. Y, sin embargo, hay tristeza, miedo, desencanto, inestabilidad,
desconsuelo, cansancio acumulado, “vientos contrarios”, vacío, frustración,
recuerdos desagradables, desconsuelo… “noche oscura” que les cala muy dentro. Y
ahí aparece Jesús en medio de todo ello. Cuando más aguda es la crisis, Jesús
sale al encuentro. Sin Él nuestra vida y tareas están abocadas al fracaso, con
Él se hacen fecundos nuestros esfuerzos. Donde está Jesús se acaba la noche y
empieza la luz, el mar se serena, los miedos se diluyen, renace la vida con
fuerza, florece el invierno y los vacíos se llenan. Reconocer mi pobreza,
obedecer su Palabra, confiar de manera plena… hace que mi incapacidad se
transforme en vida nueva.
§ La unión con Jesús termina en
comunión del grupo con Él en la Eucaristía. Jesús es centro de la comunidad
como fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad y vínculo de
confianza fraterna. En la comida compartida, Jesús se da como alimento y en
ella se integra la aportación de los discípulos, sintonía de comunión en el
amor y la entrega.
§ Tengo que estar atento y
vigilante, tener muy limpios los ojos del corazón, avivar un “sexto sentido”…
porque el Señor es imprevisible y puede aparecer en cada instante: en la noche
o en el día, en el trabajo o en la familia, en la oración o en el compromiso,
en la belleza o en el dolor, en la comunidad o el servicio…
§
Y cada día me examinará del amor: encarnado en
perdonar, acompañar, compartir, besar, abrazar, convivir, ofrecer, orar,
servir… Si pongo amor en las cosas que hago, estaré haciendo presente a Dios.
Esta es la invitación: Ir hacia Jesús, renovar el amor, compartir la vida,
aceptar la misión en el compromiso de cuidar a los hermanos para mostrarles
cuánto nos ama Dios.