miércoles, 10 de julio de 2013


DESCUIDOS
La vida está repleta de descui­dos. Nos olvidamos de sacar la basura o de pasear al perro, de ir a comprar a la panadería las dos barras que nos han en­cargado o de devolver a la biblioteca el libro prestado, de felicitar los cumplea­ños de los amigos o de comprarles el re­galo. Generalmente, todos somos poco cuidadosos y algunos muy descuidados, aunque existan también esas personas obsesionadas con la precisión y el orden, con estar siempre en el momento exacto en el lugar indicado. Hasta se sienten mal si algo se descuadra de su mapa mental, o cuando olvidan el más mínimo detalle.
Pero existe además otro tipo de per­sonas, un tipo maravilloso de gente, que no se preocupa por simples cosas, lugares y fechas. Para ellas, hacer algo es útil y bueno para alguien; ir a un si­tio es encontrarse con él o con ella; re­cordar un día significa acordarse de quien es para uno importante. Nada, nunca y ningún sitio vacíos de alguno, de alguna, de alguien. Para esas perso­nas, un descuido es realmente grave, porque significa descuidarla o descui­darle.
Encontrar a estos cuidadosos no es fá­cil, porque nuestras vidas son muy rápidas y están muy ocupadas: llenas de ta­reas y faenas, que no dan lugares ni tiempos para preocuparnos por lo impor­tante, ni siquiera por las personas a las que queremos y que nos quieren. Sin cuidado, llegamos a convertir el cuidado en una tarea: llevar a los niños al cole­gio, visitar a nuestros padres, escuchar los problemas de los amigos, ir a misa... se transforman en ocupaciones.
Desde este punto de vista, los descui­dos claro que son un asunto relevante, porque en aquello que he de hacer, en el lugar donde he de ir, en el tiempo que he de emplear, está mi hijo, mi madre, mi amigo, mi Padre... Así se entiende ese tipo de descuidos llamados eclesialmen­te «pecados de omisión». Nuestras ac­ciones repercuten en otras personas, para bien o para mal, así como nuestras omisiones. Pero, sobre todo, son estas las que, en tanto que «descuidos de personas», pueden moldear unas acciones que aparentemente se nos muestran bue­nas y amables.
En nuestra rutina ocupada, son los simples descuidos (de olvidar pasear hoy al perro que tanto quieren mis hijos; de comprar el pan que le gusta a mi mujer; o de llamar al amigo que hace meses que no veo, con la mera excusa de felicitarle en su cumpleaños) algo así como llama­das a reconocer en nosotros los descui­dos más graves, los descuidos persona­les, y a volver —o empezar— a cuidar a los demás.
Juan Velázquez

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