DESCUIDOS
La vida está repleta de descuidos.
Nos olvidamos de sacar la basura o de pasear al perro, de ir a comprar a la
panadería las dos barras que nos han encargado o de devolver a la biblioteca
el libro prestado, de felicitar los cumpleaños de los amigos o de comprarles
el regalo. Generalmente, todos somos poco cuidadosos y algunos muy
descuidados, aunque existan también esas personas obsesionadas con la precisión
y el orden, con estar siempre en el momento exacto en el lugar indicado. Hasta
se sienten mal si algo se descuadra de su mapa mental, o cuando olvidan el más
mínimo detalle.
Pero existe además otro tipo
de personas, un tipo maravilloso de gente, que no se preocupa por simples
cosas, lugares y fechas. Para ellas, hacer algo es útil y bueno para alguien;
ir a un sitio es encontrarse con él o con ella; recordar un día significa
acordarse de quien es para uno importante. Nada, nunca y ningún sitio vacíos de
alguno, de alguna, de alguien. Para esas personas, un descuido es realmente
grave, porque significa descuidarla o descuidarle.
Encontrar a estos cuidadosos
no es fácil, porque nuestras vidas son muy rápidas y están muy ocupadas:
llenas de tareas y faenas, que no dan lugares ni tiempos para preocuparnos por lo importante, ni
siquiera por las personas a las que queremos y que nos quieren. Sin cuidado,
llegamos a convertir el cuidado en una tarea: llevar a los niños al colegio,
visitar a nuestros padres, escuchar los problemas de los amigos, ir a misa...
se transforman en ocupaciones.
Desde este punto de vista, los
descuidos claro que son un asunto relevante, porque en aquello que he de hacer, en el lugar donde he
de ir, en el tiempo que he de emplear, está mi hijo, mi madre, mi amigo, mi
Padre... Así se entiende ese tipo de descuidos llamados eclesialmente «pecados
de omisión». Nuestras acciones repercuten en otras personas, para bien o para
mal, así como nuestras omisiones. Pero, sobre todo, son estas las que, en tanto
que «descuidos de personas», pueden moldear unas acciones que aparentemente se
nos muestran buenas y amables.
En nuestra rutina ocupada, son
los simples descuidos (de olvidar pasear hoy al perro que tanto quieren
mis hijos; de comprar el pan que le gusta a mi mujer; o de llamar al amigo que
hace meses que no veo, con la mera excusa de felicitarle en su cumpleaños) algo
así como llamadas a reconocer en nosotros los descuidos más graves,
los descuidos personales, y a volver —o empezar— a cuidar a los demás.
Juan Velázquez
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